jueves, 18 de noviembre de 2010

El día que nunca llegará...

Levantate del cielo, muerde el polvo... escucha el palpitar del mar

Todos corremos hacia la dirección donde el viento levanta la mano, el mismo dedo con el que se juzga se come, se abraza, se toca, se quiere, indudablemente una atmósfera roja rodea esa delgada e indigna mirada, llena de argumentos sustentables de vacío existencial.

Un cosechador de anhelos me ordena que me refugie en el suave suspiro del desierto, donde las unicas huellas que quedan es el paso de los sentimientos mas vacíos refugiados en las riendas de la razón. Si mi espalda pudiera hablar, me pediria como primer deseo "tener alas" y después un gran valle verde, para poder retozar la suave sensación de insatisfacción nocturna.

¿Como es que uno puede cruzar las piernas tranquilamente mientras tu cuerpo te pide la simple razón de tus ecos y tus manías?...

Una caja musical entra en escena  y roba toda la atención que genera la inquietud del público, un hombre de estatura media, encorvado de sufrimientos, sin embargo, mi punto focal apuntó a sus pies, hablaban de años de sabiduría y conocimiento de la vida, sus uñas marcadas por lunas nocturnas, el vaiven de cada 7 olas y los arrecifes que buscan incansablementes los rayos del sol. Su mirada era la respuesta del placer y el dolor en esas pupilas con restos de cariño que quedaban en la alacena de los recuerdos.

Abrí la puerta del mar, y me encontre ahí, mirando a mi alma, que se habia convertido en ancla...