sábado, 27 de octubre de 2012

Crónica de un caminante.


El frío etéreo danzaba incesantemente sobre mi piel, me recorría cada centímetro sin perdón y sin juicio alguno.
Las sábanas se sentían distantes, opacas, con ese sabor a metal, a indiferencia, a sequedad, y en compañía de su amiga, la cama, me enredaban en sus garras y me abordaban a continuar en el viaje al borde del precipicio.
Mi mirada se enfoca a la ventana, y ella me mira a mí, con ternura e ingenuidad, al saber que ha llegado el momento de partir, a donde el camino sinuoso marca día con día.
La noche aún está puesta en escena y yo la analizo, mientras sigo recostada, observando al infinito, y él, mirándome a mí, cuando súbitamente, mis sentidos se agudizan: mis pupilas se dilatan, el sabor a óxido en mi paladar es más constante, mis venas saltan sobre mi piel y mis oídos sienten el suave susurro del aire entrar por debajo de mi puerta.
Un diminuto e insignificante silencio es asesinado brutalmente por la alarma que se ha apoderado de mi mente, es como un taladro en la sien, un zumbido que aqueja a los condenados en el infierno, es por ello, que mi única opción de supervivencia es la siguiente: En primera instancia, eliminar todo vínculo sentimental con las sábanas y la suave cama aterciopelada, para posteriormente, despabilarme y correr al baño.
El piso me da la mas cordial bienvenida con un ingrato frío y yo lo reto a muerte, pisoteándolo con mis inseparables sandalias y me dispongo a realizar una carrera de obstáculos hacia el sanitario.

Ya instalada en el sanitario, me detengo un breve momento a pensar fuera de mí y repentinamente, las finas y tibias gotas de agua dulce caen sobre mi cabello, y me sacan del precipio del cual aún estaba instalada, por fin, he salido del coma post-sueño.
Han pasado alrededor de 20 minutos y las tibias gotas de agua dejaron de caer, por lo cual, me decido por regresar a situarme en mi habitación y vestirme frente al espejo, el cual me observa y me analiza detenidamente.
Son cerca de las 5:30 am y el sol me esta haciendo una mala jugada, espero con ansias el momento en que le arrebate el protagonismo a la noche, es por ello, que abro la puerta principal de mi aposento, y me percato que el sol se mofa de mi persona y no tengo mayor remedio que, ser desdichada y seguir mi sombra y mis huellas, mientras una luz en un gran poste me mira maternalmente y me acompaña en mi camino un par de metros.
Mi sentido olfativo detecta una peste digna de la Edad Media, que proviene por debajo de mis pies, una alcantarilla que me da los buenos días y estrecha su mano con mi nariz, yo por supuesto, avanzo lo más rápido posible por la avenida, la cual, es ya una estampida de gasolina, dióxido de carbono y estrés; así que doy vueltas y no miro paz por ningún rincón, así que sigo con mi camino hacia la parada del autobús.
Son cerca de las 6 am y una delgada línea de calor comienza a apoderarse de mí, el sol ha tomado ventaja sobre la noche y hace su arribo detrás de las montañas, y después de todo, me siento reconfortada.
Ya en la parada habitual, el polvo se levanta y da una cátedra de baile, mientras yo lo observo con cariño, y mi sombra se refleja cada vez más sobre la tierra, cuando a mi izquierda, escucho el vibrar y el rugir del motor del autobús que me llevará a mi destino: Tren Suburbano.
Mis pies suben un par de escaleras y lo primero que percibo es la mirada inquisitiva y erótica del chofer, que sin prejuicio recorre mi anatomía tal recorre las avenidas, y yo, avanzo pronto y me refugio en el asiento más distante de tal ser patético.
Ya sentada, el autobús recorre la avenida como si fuera un autódromo, a casi 100 km/h y es ahí, cuando mi estómago se hace notar, las nauseas y el mareo se hace presentes, por un momento pienso que debe ser algo que comí, sin embargo, recuerdo que mi estómago se encuentra vacío y lo atribuyo al terrible manejo del chofer libidinoso.
Son cerca de las 6:30 am y he llegado a la estación de Tren Suburbano, y aquí es donde pongo a prueba mi resistencia física: subir y bajar a ritmo rápido cerca de 50 escalones para alcanzar el tren antes de su partida hacia la estación Buenavista.
Después de mi ejercicio matutino, he alcanzado al Tren Suburbano, el cual, extrañamente está vacío y me propongo a descansar mi química por unos cuantos minutos y recargar mi cabeza sobre la vibrante ventana que muestra el paisaje de la metrópolis comenzando un nuevo día.
En punto de las 7 am he llegado a la estación Buenavista, y es ahí, donde las reservas de mi paciencia comienzan a agotarse, ya que cientos de personas me esperan para tener una lucha cuerpo a cuerpo digna de ser lucha grecorromana por buscar un lugar privilegiado en el próximo autobús que me lleve a Balderas.
Después de tener una intensa lucha por un lugar exclusivo en el autobús con dirección a Buenavista, una mujer regordeta, cerca de los 100 kilos, que vestía playera de “Manzanillo” y pants “Ardidas”, cabello sucio y con cierto olor a garnacha de 2 días previos, me observa de arriba hacia abajo con desdén y me dice: -“Hueles bien rico mamasita”-, es ahí donde un miedo atroz entra directo en mis sentidos y decido por levantarme abruptamente, y me percato que el autobús está llegando a mi destino.
Con cierta tranquilidad bajo del autobús y camino a paso apresurado a la terminal de camiones “Ecobus” con dirección a mi Alma Mater, ubicada casi en las afueras de la Ciudad de México.
Son cerca de las 7:30 am, y cierro por un momento mis ojos, tratando de encontrar paz en este carnaval de estrés y dióxido de carbono, así que elevo mi mirada al cielo, y la naturaleza me regala un hermoso calor de otoño, un aire envidiable y un rico olor a vegetación.
He abordado el “Ecobus” con dirección a mi ya antes mencionada Alma Mater y me dispongo a observar el paisaje capitalino: el tráfico matutino.
Suspiro, cierro los ojos, elevo la mirada, trato de enfocar mi pensamiento para evitar mirar por la ventana y percibir con mis 5 sentidos el espectáculo de cada mañana: Un choque sobre avenida Constituyentes, el pan de cada mañana.
Miro la hora y son 5 minutos para las 8 am, y ya no tolero más, mi desesperación y frustración me han dominado, siento palpitar la sangre que corre por mi sien y una mirada de furia me invade, es cuando ya al borde del frenesí me doy cuenta que estoy en la parada de mi Alma Mater.
Todos mis impulsos se van de improviso y me dispongo a seguir con mi ejercicio matutino, son ya las 8 am y realizo mi carrera de obstáculos hacia la UAM Cuajimalpa.
Subo intempestivamente las escaleras, atropello mis valores y mi buena conducta, y veo cerca mi destino, el salón A-101.
La perilla de la puerta está ya en mis manos, le doy vuelta con gran felicidad y me llevo una gran sorpresa: Había un anuncio pegado en el pizarrón, me miraba y se burlaba de mí, no podía conceptualizar y pensaba que era una broma, una jugarreta baja, sin embargo, suspiré cerca de 10 segundos y la miré durante varios minutos y no quedó de otra que asimilar lo que decía: Muchachos, hoy no hay clase! Una disculpa.

sábado, 13 de octubre de 2012

Evitame


Evítame la pena de no poder clavarme en el sonido de tu voz.
Evítame las ganas de no poder arrancarte el alma a besos.
Evítame la furia incontenible de mis manos sobre tu espalda.
Evítame la brisa invernal de tu aliento soplando en mi piel.
Evítame las ansias de caer sediento de frenesí sobre ti.
Evítame la necesidad de no poder evitarte a cada momento.
Evítame, que mi ser, mi pensamiento, no te evitarán.